Sin periodistas, no hay libertad de expresión

Por Sofía Alberti* | Escribir para periodistas siendo periodista. Todo un tema. Y viene la pregunta: en el Día del Periodista ¿vale la pena enviar sin distinción el clásico saludo institucional? ¿O es tiempo de separar la paja del trigo?

No es una efeméride más. El 7 de junio una persona cuyas ideas fueron no azarosamente poco difundidas en la posteridad, fundó el primer periódico de la época independentista. Mariano Moreno, es quizás uno de los personajes históricos más complejos y apasionantes de la saga de ‘los próceres de la patria’. Y en su honor, quienes elegimos, nos tocó, nos hicimos periodistas, festejamos nuestro día.

No es por aguafiestas, pero el primer corte que hace mi cabeza es ¿quiénes son periodistas? ¿Puedo yo tener el periodistrómetro para saber a quién saludar? No, en efecto no lo puedo tener. Pero sí puedo tener criterio. El criterio de mi clase, la clase trabajadora.

En mi cabeza me aparece algo así como la tele dividida. De un lado operadores políticos disfrazados de periodistas, los títeres de las agencias de inteligencia norteamericanas y aquellos que partidizaron su profesión para terminar abonando a la consolidación de determinados sectores de la burguesía doméstica. Por otro, la imagen de las y los despedidos por empresas privadas de comunicación, los y las que pelean por cobrar salarios y que sean dignos, los desplazados de medios públicos que hoy están en manos del antidemocrático y merecedor de otros epítetos fuertes, Hernán Lombardi.

La imagen segmentada me hace pensar en las organizaciones gremiales que se dieron los y las laburantes para salir a la lucha. No es fácil romper con la idea de que los profesionales no son trabajadores, o son más que trabajadores. Pero se ha ido logrando neutralizar ese germen del sistema dando la batalla cultural y fogoneando los debates necesarios. Las peleas dadas en este sentido por el Sindicato de Prensa de Buenos Aires en tiempos de ajuste y cerco mediático siguen mereciendo todo el respeto y el esfuerzo en su replicación.

Pienso en periodistas y recuerdo rostros desencajados en entrevistas con trabajadores llorando frente a portones cerrados, con familias destruidas por un femicidio, con sentencias de impunidad en casos resonantes. Recuerdo las sonrisas en las victorias, a veces solapadas en nombre de la distancia justa del periodista serio. También abrazos sin disimulo y llantos empáticos con las víctimas. Aquellos y aquellas que con su estilo hicieron carne aquel planteo de Rodolfo Walsh de dar testimonio en tiempos difíciles.

Y qué tarea cada día hacerse cargo que una, que uno, está ahí para garantizar el derecho a la información. Y repetirnos como mantra que la única manera de hacerlo es con sensibilidad humana, responsabilidad social, honestidad intelectual, sinceridad política, mirada crítica y autocrítica, reconociendo a quienes nos confían sus voces como sujetos y no objetos de las noticias que nos tocará narrar. Algo que nos emparenta al desafío de otros trabajadores y trabajadoras que también ponen la cara y el cuerpo a la garantía de derechos.

Por eso, en ese esfuerzo que no es joda, reconozco a muchos y a muchas. A veces los ritmos de producción de los medios de comunicación masivos imprimen su lógica triunfante. Pero ahí aparece el valor fundamental que para mí divide a quienes merecen el saludo en nombre de la epopeya de Moreno y quienes no: la autodeterminación de quienes luchan cada día para reconocerse en sus acciones y relatos.

Sin periodistas no hay libertad de expresión. Sin libertad de expresión no hay derecho a la información veraz. Si la comunicación es un negocio, no hay democracia ni trabajo digno.

Feliz día entonces a los y las colegas que día a día salen a las calles, las radios, las cámaras, las redacciones, conscientes que en ellos y ellas radica que se conozca el pedazo de verdad que el poder necesita ocultar. Y que cuando eso no se logra, existe la construcción colectiva para poder modificarlo.

*Sofía Alberti, Secretaria de Comunicación CTAA Rosario

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