Esa vieja tiene fuego en las manos, pienso. El de la bandera roja me pone el trapo delante de la cámara y no logro sacarle una buena foto. Recién arranco a hacer estas coberturas y me cuesta acomodarme. Pero esa vieja tiene fuego en las manos y un guardapolvo blanco en el cuerpo. La gente se agolpa. Mataron a un maestro en Neuquén, el dolor es enorme. Y esa vieja tiene fuego en las manos y un pañuelo blanco en la cabeza.
Se para, marcial, ante la plaza llena. Corre abril del 2007. Su voz rasposa combina con la intransigencia de sus palabras. En cinco minutos cataloga de falsos montoneros a los kirchneristas y llama trastornadas a las madres que callan las violaciones a los derechos humanos en democracia por adherir al gobierno de turno. “Her-mi-nia, Her-mi-nia, Her-mi-nia”, corea la plaza y algunos rostros se incomodan. A la mierda que tiene fuego en las manos y furia en la voz. “Saquemos las armas, los muchachos de los huevos y nosotras de los ovarios”, dice cuando la marea verde aún es un charco. Esta vieja es de fuego.
Herminia Severini, Madre de Plaza 25 de Mayo de Rosario, nacía un 20 de marzo de 1926. Fue mi abuela del corazón, la amo y llevo conmigo nuestros debates hasta el día de hoy. Es difícil hablar de ella y correrme de un registro emocional, sensitivo. Hoy es su cumpleaños y pese a no estar físicamente, se hace presente a cada paso interpelando, golpeando mentes confusas e identidades políticas genuflexas.
La vieja tenía un carácter del demonio cuyo gesto se combinaba con la capacidad de pasar de la dureza del reto, al gesto entrañable del cariño en su mirada. Ciertamente no fue ser madre de Adriana lo que la empezó a hacer grande. Ella le hizo un paro (sí, una huelga) a los 13 años a su propio hermano, se divorció por incompatibilidad con su esposo cuando eso te transformaba en ‘una puta’ en el cuchicheo del vecindario, estudió enfermería y abrazó esa tarea con el mismo compromiso que todo lo demás. Se peleó con las orgas partidarias y sindicales traicioneras, mantuvo la casa, crió dos hijos y murió buscando a Adriana Bianchi, su hija desaparecida desde 1977.
La buscó sin cesar, lo hizo entre cadáveres apilados a punta de pistola rodeada de milicos que no la mataron de suerte. Lo hizo acompañando cada lucha por justicia social y de derechos humanos, sea por delitos de lesa humanidad, por ecocidio, por contaminación, por gatillo fácil. Todas las causas humanas le eran propias. Porque esa vieja tenía fuego en el corazón y esa llama la trasciende.
Se paraba ante auditorios de los 0 a los 90 años y podía empatizar con todos. Les pibes de las escuelas flasheaban con la Herminia, que les hablaba de la dictadura, la sexualidad, sus derechos, el respeto a sí mismos y al entorno, del amor por la naturaleza. Eso le valió el título de Maestra Honoris Causa y varios guardapolvos como símbolo de su tarea pedagógica. Porque esa mujer, obrera, enfermera, docente, luchadora, militante, tenía fuego en las ideas.
La vi en rondas de piquete rodeada de obreros, a quienes alentaba y hacía chistes, abrazaba y cagaba a pedos. No iba de paso, se quedaba a tomar mate aún bajo la lluvia en medio del humo, iba y peleaba a los canas que custodiaban las fábricas diciéndoles que el desprecio a sus orígenes de clase ni siquiera les permitía comer, entonces tenían que vender sus espermas para sobrevivir (épocas en las que el tema fue noticia).
«La naturaleza nos ha preparado para ser mujeres, pero no para perder derechos», dijo un 1º de Mayo en un histórico acto frente a la fábrica Mahle, tomada por sus trabajadores. “Sufrí siete despidos de sanatorios privados y aquí estoy con 83 años acompañando la lucha”, gritó entre aplausos y bombos. Herminia era una trabajadora y tenía fuego en sus convicciones.
Es difícil terminar estas líneas sin llorar. No es angustia. Quizá sí tristeza porque la coherencia no abunda y se extrañan sus gritos incorruptibles. Gritos con los que también discutí y jamás me negó esa posibilidad desde el afecto y el respeto mutuo. En esta lágrima hay un dejo de agradecimiento por haber podido ser testigo de parte de su paso por este mundo, al que sin dudas abonó a transformar en cada ser con quien hizo contacto.
Hoy es 20 de marzo y es el cumpleaños de la Herminia. La extrañamos. Pero esa vieja, nos dejó un fuego en el alma que ni las lágrimas, ni las balas, ni las defecciones de terceros, ni la injusticia, ni la impunidad lograrán arrebatarnos. Porque como ella decía:
Hasta la Victoria, ¡Siempre!
Sofía Alberti – Secretaria de Comunicación de la CTA Autónoma Rosario
Foto: Virginia Benedetto.