Por Sofía Alberti*| El aislamiento social obligatorio permitió exponer una serie de cuestiones. Entre ellas, las tareas siempre denostadas, vapuleadas, denigradas, tanto por la construcción simbólica de los medios de comunicación, como desde sectores de la casta política. A la pregunta “¿y el sindicato qué hace?”, le aparecieron varias respuestas.
Por estos días, se habla de profesionales de la salud: ¿cuántas veces escuchamos eso de que ‘le devuelvan al Estado la educación pública que recibieron’? Se habla de docentes: ¿cuántas veces escuchamos que sus paros hunden en la ignorancia a les pibes, pero la cuarentena dura más que las huelgas y “no es pa’ tanto”? Se habla de asistentes escolares: ¿se acuerdan cuando el macrismo acusó de ‘ñoquis’ a les estatales? Se habla de aeronavegantes, aceiteres, bancaries: ¿la ‘aristocracia obrera’ porque logran salarios dignos? Se habla de empleades de comercio, recolectores, de las telecomunicaciones, choferes de transporte público: ¿se escucha de elles más que por una medida de fuerza o la agachada de algún dirigente nacional?
Y no obstante –nótese digo “y”, no “pero”- lo que sigue invisibilizado es el enorme rol de les referentes sindicales que sí están poniendo el cuerpo, la cabeza, el corazón a atender lo que pasa en cada lugar de trabajo. Secretarias y secretarios generales, integrantes de comisión directiva, delegades de base, de comité mixto, militantes gremiales que más allá de un puesto de lucha en una organización se ponen al hombro la circunstancia con conciencia de clase.
Situaciones extraordinarias como la que atravesamos sirven para exponer calañas. Por elección política y laboral estoy rodeada de gente que me enorgullece. Y lo quiero decir. No voy a pedir aplausos cada 24 horas para elles. Son válidos como expresión popular, pero querría otros reconocimientos simbólicos y materiales que dignifiquen sus tareas y los protejan.
Ser referente gremial consciente en un sector exceptuado del aislamiento significa hoy teléfonos que no dejan de sonar, mensajes con consultas válidas, insólitas, extemporáneas, planteos de crisis psicoemocionales multiplicadas, paranoias que paralizan. Algunes dirigentes sindicales en rol de dirección y delegades de base están por estos días haciendo una tarea que, no azarosamente, no se menciona.
Exponen su salud, sus cuerpos, van a los lugares de trabajo a acompañar trabajadores, se putean o dialogan en el mejor de los casos con las autoridades y las patronales, les fluye la bilis en sangre cada vez que saben de un nuevo acto de desdén que pone en riesgo la vida de un compañere. Y van de nuevo, y hacen asamblea y se putean con el funcionario o la patronal, que diagnostican bastante pero accionan poco para responder a sus mapeos de situación.
Son ellas, ellos, elles, quienes tienen rol de dirigencia (sea formal o informal) en los sectores públicos y los privados, que se comen también puteadas, algunas justas, pero la mayoría injustas, cuando hace semanas casi no duermen, cuando les quita literalmente el sueño toda la lista de tareas para resolver, en la que cada punto puede ser de vida o muerte, literal. Un transcurrir cotidiano que deja relegados los afectos y la familia. No son víctimas, son militantes conscientes. No son héroes. Son personas que asumen con responsabilidad sintiente el rol para el que se propusieron y fueron electas.
Y, al menos yo, que conozco decenas de sus miradas, algunos de sus sueños, varias de sus amarguras, la importancia de su valor en esta coyuntura, quiero también agradecerles. Son sindicalistas. Y el sindicalismo como en muchos momentos históricos es capaz de mostrar lo mejor de sí mismo. Eso está sucediendo y se expone a la vista de todo aquel que quiera mirarlo.
*Sofía Alberti, Secretaria de Comunicación CTAA Rosario